ASÍ ERA LA PISCINA MUNICIPAL DE POPAYÁN
Por: Álvaro Jesús Urbano Rojas.
Por iniciativa del Concejo Municipal en 1930, se acordó destinar los espacios de ladera junto al Morro de Tulcán para la recreación popular, se asignaron recursos para la construcción de la piscina municipal, cuya vida expiró, suplantadas por fragmentos arquitectónicos de fachadas alusivas a los edificios y lugares del centro histórico.
Por más de veinte años, la piscina permaneció en estado de ruina, como en una película sin guion, quedando en el olvido su fuentes luminosas que alzadas al cielo parecían adormecer el tiempo, iluminando las pocetas encapsuladas en paisaje pictórico y sonoro de los cerros tutelares con una narrativa tradicional de historias vividas y donde una pareja de zarigüeyas o chuchas de monte, la habitaban intermitentemente mientras un crepúsculo de luz llenaba los espacios de color para recrear la vida cotidiana de lugareños.
La piscina municipal dejó de ser un sitio de jolgorio para hacer resurgir historias que aparentan estar dormidas. En la parte de arriba se remodeló la casona que antes era un bailadero. En el año 1934, cuando se terminaron las obras que se hicieron bajo la dirección del ingeniero Ernesto Alcázar, siendo gerente de las Empresas Municipales, Abelardo González, en el acto inaugural de las mismas, se ofreció un concierto del tenor mexicano, Alfonso Ortiz Tirado, con un recital de boleros, tras su gira por Suramérica.
La vía de acceso tiene forma de gota de agua, construido el carreteable justo abajo del cerro del Morro, donde alguna vez estuvo la estatua ecuestre de don Sebastián de Belalcázar, fundador y guardián de la cripta del Quijote, en cuyo entorno hay muchas estaciones y banquetas para respirar pureza y disfrutar del sonido de las aguas de riachuelos y trinar de aves que invitan a apacibles lecturas.
En un acto de desprecio bajaron al conquistador y desenterraron los restos del Quijote con su urna cineraria. En profunda ingratitud se echaron a la basura su lanza, adarga y yelmo de penacho amarillo, al lado de los cuales se fueron escritos poéticos atados con una cinta roja, el libro de Don Quijote aromado con pétalos multicolores de esquicito aroma y lozanía y una paloma blanca que voló, cuando el reformador, abrió la tumba, para desenterrarla junto a un añoso carbonero.
Ya no está la piscina con sus aguas gélidas que paralizaban a nadadores inexpertos para sucumbir encalambrados en sus oquedades profundas, los ahogados ya no merodean como espíritus chocarreros. La casona cerró sus puertas y ventanales para expulsar sus fantasmas y abrir oficinas, los desterraron junto con la estatua ecuestre del fundador, desaparecieron las fuentes luminosas, la pareja de zarigüeyas, la urna cineraria, por considerarlas ofensivas para la cosmogonía de los pueblos originarios.
No se puede juzgar la historia desconociendo los pilares fundamentales del devenir estructural que forjó nuestra nacionalidad, ni menos por interpretaciones culturales de lideres desarraigados, que nos dividen como pueblo al entender el colonialismo como un instrumento de sometimientos y degradación, para desnaturalizar nuestra sociedad pluriétnica y multicultural como país soberano, regido por principios de libertad, igualdad, orden y justicia para todos.
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